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Amália Rodrigues, la magdalena de Proust y la saudade (16/10/2015)


Amália Rodrigues, la magdalena de Proust y la saudade (16/10/2015)

Cuando me da por pensar en Lisboa, en el tiempo que pasé ahí como estudiante Erasmus - y en estas primeras semanas de otoño lo hago muy a menudo, quizá porque estos días se cumplen dieciséis años desde mi llegada ahí - lo primero que me viene a la mente son los primeros versos de un fado, junto al agudo punteo de la guitarra portuguesa que los acompaña. ¿O será quizá que antes que el recuerdo, la canción surge véte a saber de dónde y el efecto creado por la conjunción de melodía y letra actúa de manera análoga al contacto de la magdalena mojada en té caliente en el paladar en las famosas líneas de Marcel Proust y levanta de las profundidades de la caverna - lapa en portugués - de la memoria el complejo andamiaje del recuerdo?
Sea como fuere, este fado del que hablo es Maria Lisboa, que empieza con estos conocidos versos:

É varina, usa chinela, 
tem movimentos de gata;
na canastra, a caravela,
no coração, a fragata

Esas líneas esbozan la fisonomía, el aspecto y el alma de la varina, la antigua vendedora de pescado fresco de los barrios de Lisboa. Según apunta Ángel Crespo en las primeras páginas de Lisboa Mágica, las varinas, como otros tantos oficios, personajes y ambientes de épocas pretéritas, son hoy día apenas un hermoso recuerdo, pero la influencia de su carácter se manifiesta en no pocos barrios y rincones. Solían habitar el barrio popular de la Madragõa, aunque procedían en su mayor parte de la población de costera de Ovar, en el Aveiro, y de ahí viene precisamente su nombre, del gentilicio ovarinas.
La varina - de sinuosos andares, manos grandes y fuertes, una descarada mirada de ojos claros y dotada de potente voz con la que pregonar mercancías y precios - es una mixtura de la mujer rural europea de principios de siglo con el arquetipo de belleza femenino de la Grecia clásica. En las fotografías solemos verlas con un pesado canasto con pescado cargado sobre la cabeza o apoyado en la cadera. La varina es un personaje de aires picarescos, un soplo de rusticidad y de viveza animal en un ambiente urbano en la que la modernización, como apunta Crespo, avanzaba de forma tan inevitable como peculiarmente cauta, a la Portuguesa – o por lo menos así era allá por 2011, cuando mi última visita por aquellos lares.

En la letra del fado Maria Lisboa, de David Morão Ferreria, la varina se presenta como alegoría de la ciudad misma, de su inigualable mezcla de tradición y progreso, del vínculo de la ciudad con el río que la delinea y define y establece con él un vínculo con vistas a ultramar. Es de conchas o vestido y lleva algas na cabeleira, y en sus venas late el motor de una traineiras o barcos de pesca.
La última cuarteta remata lo dicho en las tres anteriores:

Vende sonhos e maresia,
tempestades apregoa.
Seu nombre proprio: Maria,
Seu apelido: Lisboa. 


El polifacético Almada Negreiros, que dedicó múltiples dibujos y pinturas a las varinas, parecía sintetizar en estos versos el ADN de este personaje típicamente lisboeta:
¡Y vosotras varinas, que sabéis a sal
y traéis al mar en vuestro delantal!

¡La varina, vendedora de sueños con olor a mar y a la vez, anunciadora de desastres, ya naturales ya históricos, que tan unidos van a la historia de esta sufrida urbe!
La maresia u olor a mar se percibe junto a la costa, especialmente cuando hay marea baja. En el Tejo que baña Lisboa, no existe muelle más singular que el Cais das Colunas, en el Terreiro do Paço. Es un lugar de visita obligada para el turista y que posee un simbolismo: el del limite, entre tierra y mar, que define la historia y el alma de la ciudad.

En una de mis habituales ensoñaciones diurnas sobre Lisboa, me imagino a mí mismo bajando a pie desde las alturas, sea el Miradouro de São Pedro de Alcantara o la colina del Castelo hasta la Baixa, enfilando al azar el dédalo de calles hasta el arco de la Praça do Comerço, para finalmente atravesar el Terreiro do Paço hasta el Cais das Colunas, siguiendo quizá el recorrido de la joven en el poema Lisboa de Eugenio de Andrade:

Alguém diz com lentidão:
"Lisboa, sabes..."
Eu sei. É uma rapariga
descalça e leve,
um vento súbito e claro
nos cabelos,
algumas rugas finas
a espreitar-lhe os olhos,
a solidão aberta
nos lábios e nos dedos,
descendo degraus
e degraus
e degraus até ao rio.

Eu sei. E tu, sabias?

y descender los escalones del Cais y quizá sumergir los tobillos en las turbias aguas del río, para finalmente darme la vuelta y de un vistazo poseer la certeza, en ese efímero instante, desde ese punto limítrofe - entre la realidad y el sueño, la razón y el deseo - de sentir que, por fin, estamos de nuevo en Lisboa.
__________

La grabación más conocida de Maria Lisboa es la interpretada por Amália Rodrigues, del disco Com que voz, publicado en 1970. En este disco, Amália canta a los grandes poetas portugueses. La música es de Alain Oulman, compositor fetiche de Amália, según me apunta por correo electrónico un amigo experto en música portuguesa.
No descubriremos aquí el poder evocador de recuerdos y emociones que tiene la música. Para todo aquel que ha vivido un tiempo en la Lisboa auténtica, la de los becos, adoquines y azulejos, la de las calles en penumbra y las tascas de fado y se ha paseado por las laberínticas calles y contemplado el Tejo, à beira mar o desde los numerosos miradores urbanos ha buscado en su superfície el reflejo de su propia alma, escuchar un fado hace aflorar la saudade, el deseo de vivir una vida fuera de nosotros mismos, en otro tiempo, a la manera de los heterónimos de Pessoa: retazos de vidas de otros que somos nosotros mismos, que se mantienen acechantes en la lapa del recuerdo, a la espera del momento mágico de la magdalena y el té. 

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